El cultivo de la patata está ampliamente extendido en España, con unas 63.000 hectáreas dedicadas a este cultivo, ofreciendo Andalucía, gracias a su climatología, tubérculos casi todo el año, con unas 9.700 hectáreas. Como informa la Red de Alerta e Información Fitosanitaria de Andalucía (RAIF), el 53 % de la superficie total de Andalucía se encuentra en Sevilla, seguida por Cádiz con un 17,7 %, Granada con un 9,8 % y Málaga con un 7,6 %.
En Andalucía, atendiendo a la fecha de siembra, nos podemos encontrar 4 tipos de patatas:
-Patata Extratemprana: Se siembra en septiembre-octubre y se recolecta entre el 15 de diciembre y el 15 de abril del año siguiente.
-Patata Temprana: Se siembra entre diciembre y enero para ser cosechada entre el 15 de abril y el 15 de junio.
-Patata de Media Estación: Se siembra en febrero-marzo y se arranca entre el 15 de junio y el 15 de septiembre.
-Patata Tardía: Se siembra en verano y se recoge entre el 15 de septiembre y el 15 de enero del año siguiente.
De estos tipos de patata, la patata Temprana es la que tiene mayor relevancia en Andalucía, suponiendo alrededor del 62 % del total de la superficie sembrada; seguida de la patata de Media Estación que ocupa sobre el 22 %. Todos los tipos de patatas se pueden sembrar tanto al aire libre como bajo plástico, sin embargo, la patata Extratemprana y la Temprana que se cultiva en invernaderos suele tener un adelanto de un mes.
La planta de la patata es de clima frío-templado, siendo la temperatura idónea para cultivarla entre 13 ºC y 18ºC. El frío o el calor excesivo puede afectar a su desarrollo, así como la humedad ambiental y del suelo. Controlar la humedad del suelo es fundamental en el cultivo de la patata. La luz es un factor determinante en el desarrollo de la planta; con días cortos, de menor número de horas de luz, se favorece la formación de los tubérculos o tuberización, mientras que los días largos favorecen el crecimiento vegetativo. Sin embargo, cada variedad posee un fotoperiodo crítico diferente.
La patata necesita un suelo libre de piedras y obstáculos que impidan su desarrollo. Es por lo que es necesario mullir y airear bien el terreno donde se vaya a sembrar. La textura del suelo debe ser franca o franca-arenosa, con un pH entre 5,5 y 8. La densidad de plantación puede oscilar entre 30.000 y 60.000 tubérculos por hectárea, dependiendo del ancho de surco elegido y la distancia entre tubérculos. Lo habitual es plantar en surcos de 70-80 cm, con unos 25-40 cm entre tubérculos. El calibre del tubérculo también es determinante a la hora de elegir la densidad final de siembra. La profundidad del tubérculo puede oscilar entre 10 y 15 cm, dependiendo del tipo del suelo y de la variedad. Se recomienda que la siembra se realice con un suelo con tempero, por debajo del 80 % de la capacidad de campo.
Previo a la siembra se recomienda realizar un análisis de suelo con el objetivo de conocer las cantidades exactas de los macronutrientes (N, P, K) y materia orgánica existentes en el suelo, para poder elegir el abono de fondo adecuado a las necesidades nutricionales del cultivo. La aportación de materia orgánica (estiércol muy bien descompuesto) antes de la preparación del lecho de siembra es muy recomendable, ya que favorecerá tanto a la nutrición de la planta como a mejorar la estructura del suelo, favoreciendo el desarrollo de los tubérculos, así como el drenaje y la aireación del suelo.
Posterior a la siembra, y antes de la emergencia del cultivo, se aconseja aplicar un herbicida autorizado para controlar las futuras nascencias de malas hierbas en el cultivo.
En cualquier caso, la RAIF aconseja acudir a un técnico asesor especializado en este cultivo.




